Volvió a dormir. Sonó el teléfono. Seguían llamando a la puerta. Así estaban las cosas. Dejó de preocuparse. Entre tantos sonidos y visiones, dejó de preocuparse. Llevaba tres días o tres noches sin dormir, no tenía qué cenar y todo ya parecía en calma. Lo más próximo a la muerte que se pueda estar sin ser tonto y siendo casi tonto. Era magnífico. Pronto se largarían y en el Cristo de su pared alquilada, se hicieron fisurillas y él sonrió cuando aquel yeso de dos siglos cayó en su boca, lo aspiró y se murió de asfixia.
Bukowsky
No hay comentarios:
Publicar un comentario