Cuando necesitaba desacelerar el paso del tiempo venía a Costa Rica, a San Joaquín, donde vive mi familia. Allí nada sucede. Sola, comí, leí, dormí, pensé. No hubo más que resentimiento. No fui nadie allí. No existí. Fui un ser rarísimo que no existió. Desconcertante. Se hablaba de mí sin hablar. Allí aprendí la soledad de Neruda. Me encontré mil veces recordando a Lorca:
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
Aunque me dejó tirada en cada borrachera, amé a Joaquín (Sabina). Siempre juntaba papeles sucios en los bares para escribirme cartas de amor: sí, del suelo, arrugados. Siempre me mandaba recados con cochinadas. Chavela: “voz de rayo de lunallena”. Nos amamos. Amé a su esposa. Mi lengua libre fue amiga y enemiga. Por ella, mi cuenta está hoy en cero: sin deudas. No le debo nada a nadie. Ya dejé el bulevar de los sueños rotos. Lo que quise hacer lo hice: soy Chavela Vargas, la Vargas.
Mi Gabo. Con él almorcé una vez al año en cualquier país, hasta casi el último momento, aunque tenía dos años de no buscarme. Cuando me llevó a Aracataca, entendí que Cien años de soledad se escribió sola, cada rostro de esa Macondo fue retratado en las cuatrocientas tantas páginas.
Que las feministas no me lloren, que no me salgan con películas documentales. Si no es Pedro (Almodóvar) no es ninguno. Ya que no me hablen de moral; no es ni doble ni triple: eso ya pasó de moda. Hoy es moral o pornografía.
En las manos llevo la gloria. Yo me he muerto sin agonía. Morí de pie en un escenario, gritando La canción de las cosas simples, como soy, como fui. Todo el dinero lo regalé. No traje nada. No dejé nada.
Soy una mujer, orgullosa de ser mujer. Eso no se pierde con la muerte. No me hubiera gustado ser macho. Pasé muchas amarguras por mi carrera, pero todas las olvidé cuando alcancé la gloria. Mi vida la pasé peleando por tener y por no tener, por cosas hermosas y feas, cosas que no existen, hasta que no tuve por qué pelear. Por eso ya no estoy. Este ya no es mundo mío.
Una vez salí de los infiernos, pero lo hice cantando; lo hice ayer, hoy lo vuelvo a hacer, esta vez más fuerte: gritando una de José Alfredo (Jiménez). Un balazo y tres tequilas.
No tengo dirección. Soy de todas partes y de México. Mi domicilio, desconocido. Canto. Canté. No tomo. No hay más que una Chavela, la Vargas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario