En las Bibliotecas. Allí siempre se sentaban miles de máquinas carnales dedicadas a la locura silenciosa de pasar hojas de papel cubiertas de letras. Aquellos volúmenes gordos y gastados que habían sido escritos por otras máquinas carnales que llevaban muertas años o siglos y cuyos retratos presidían los templos destinados a aquel mudo vano y ritual. Existían millones de libros. Los reproducían sin parar con la intención de mantener la demencia colectiva, logrando que millones de máquinas carnales se encorvasen piadosamente sobre las hojas de papel muerto. Después de la lectura se hacían todavía más muertas.
Vladimir Sorokin
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