Si consideramos lo que puede verse:
motores que nos vuelven locos,
amantes que acaban odiándose,
ese pescado que en el mercado
mira fijamente hacia arriba
adentrándose en nuestras mentes,
flores podridas, moscas atrapadas en telarañas,
motines, rugidos de leones enjaulados,
payasos enamorados de billetes,
naciones que trasladan a la gente
como peones de ajedrez,
ladrones a la luz del día con maravillosas
esposas y vinos por la noche,
las cárceles atestadas, el tópico de los parados,
hierba moribunda, fuegos insignificantes,
hombres suficientemente viejos
como para amar la tumba.
Esas y otras cosas demuestran que la vida
gira sobre un eje podrido.
Pero nos han dejado un poco de música
y un póster clavado en un rincón
un vaso de whisky, una corbata azul
un delgado volumen de poemas de Rimbaud,
un caballo que corre como si el diablo
le estuviera retorciendo la cola
sobre la hierba y el griterío
y después, de nuevo, el amor
como un coche que dobla la esquina, puntual,
la ciudad a la espera, el vino y las flores
el agua corriendo a través del lago
y verano e invierno y verano y verano
y de nuevo invierno.
Charles Bukowski