Se necesitan malos poetas. Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas se necesitan más para que estallen las diez mil flores del poema.
Que en ellos viva la poesía, la innecesaria, la fútil, la sutil poesía imprescindible. O la inversa: la poesía necesaria, la prescindible para vivir. Que florezcan diez Maos en el pantano y en la barranca un Ele, un Juan, un Gelman como elefante entero de cristal roto, o un Rojas roto mendigando a la Reina de España.
Todo eso abunda: faltan los poetas, los mil, los diez mil malos, cada uno armado con su libro de mierda. Faltan sus ensayitos y sus novela en preparación.
Se necesitan poetas gay, poetas lesbianas, poetas consagrados a la cuestión del género, poetas que canten al hambre, al hombre, al nombre de su barrio, al arte y a la industria, a la estabilidad de las instituciones, a la mancha de ozono, al agujero de la revolución, al tajo agrio de las mujeres, al latido inaudible del pentium y a la guerra entendida como continuidad de la política,
del comercio, del ocio de escribir.
Se necesitan Betos, Titos, Carlos que escriban poemas. Alejandras y Marthas que escriban. Nombres para poetas, anagramas, seudónimos y contraseñas para el chat room del verso se necesitan.
Se necesitan nuevos sentimientos, nuevos pensamientos imbéciles, nuevas propuestas para el cambio, causas para temer, para tener, aquí en el sur.
¡Ay, lengua: aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle, suturada de chips, y cubre nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!
Rodolfo Fogwill
No hay comentarios:
Publicar un comentario