(Del muro de Enrique Vellio)
Era una acumulación de cohetes y fuentes y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las pequeñas manos rosadas gesticulaban, los labios menudos se movían, los ojos verdes y dorados cerraban los párpados. Había prados amarillos y ríos azules, y montañas y estrellas y soles y planetas, extendidos por su pecho como una vía láctea. Los rostros se dividían en veinte o más grupos, instalados en los brazos, los hombros, las espaldas, los costados, las muñecas y la parte alta del vientre. Se los veía en bosques de vello, escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas de las axilas, con ojos resplandecientes como diamantes...
Bradbury.
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