Le parecía que la soledad tenía sus cosas buenas y que rumiar sus propios recuerdos y contarse sandeces a sí mismo no dejaba de ser mejor que la compañía de gente con quien no compartía ni ideas ni gustos; su deseo de acercamiento, de rozar el codo del vecino, se desvaneció y una vez más se repitió la triste verdad: una vez que desaparecen los viejos amigos, hay que hacerse a la idea de no volver a buscar otros, de vivir aparte, de acostumbrarse a la soledad.
Joris-Karl Huysmans
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