El cartel de Investigador Privado que cuelga de la puerta a veces me queda grande. Ese día no. Ese día me pagaron buen dinero para encontrarla pero, para qué mentirles, después de ver su foto, los ojos en esa foto, la hubiera buscado to-tal-men-te-gra-tis, ad honorem baby. Siempre pensé que los hombres eran tentados por la ambición o por la lujuria. Nunca pensé en una tentación así. Se llamaba (o la llamaban) Eva, igual que esa otra Eva la de los cuentos que nos contaban de niños. Qué mejor nombre para una Mujer con mayúsculas. Si tengo que ser sincero su nombre ya no importa mucho en realidad igual que su edad. Mi amigo, créeme si te digo que ella podría tener la edad que quisieras.
La ciudad de noche parece una aldea ignorada, un laberinto de chapas. En la esquina, más allá de la Casa Vieja dos amigos se despiden. Un abrazo salvaje, un apretón de manos, algún tirón de orejas y nada más. No hay palabras entre ellos, no hace falta. Se saben amigos y con eso alcanza.
Sé dónde empezar a buscarla. A Félix lo conozco desde la primaria. Me hacía la vida imposible y ahora simplemente le devuelvo el favor. Después de tres golpes (y un diente menos) Félix habla y suelta el nombre que estoy buscando. No el nombre exactamente pero lo que dice alcanza: “Pulgar, mayor y meñique”.
Tres-dedos está en el banco de siempre, en la placita de siempre. Antes se llamaba Javier, pero unas deudas de juego con cierto peso pesado lo hicieron cruzarse con una tijera de podar. Dos veces se cruzó. Dos dedos menos.
Cinco billetes de a cien alcanzan para Javier. Él tiene contactos poco convencionales pero muy bien informados. En diez minutos consigo la última dirección de Eva. Pero eso será para mañana. Ya es tarde y nadie habló de pagar horas extras.
Para volver a casa siempre tomo el camino equivocado. Mi boca guarda ya el recuerdo de varios cigarrillos y necesito un trago y un baño. Como imaginarán elijo el primero.
Bebo de noche y por costumbre, a veces para olvidar amores cuyo recuerdo ya no sirven de nada. Y para olvidar no existe mejor lugar que el Bar del Perro. Conozcan entonces a Antonio el Perro. Si pudieran ver su cara sabrían el porqué. Una barra de estaño del siglo pasado, mesas rotas, ceniceros llenos y tristes y abandonados, un par de gatos (con botas) que van y vienen entre los parroquianos. Empino el turbio líquido delante de mí y lo miro al Perro.
- ¿Qué mierda querés? (Él siempre es el primero en decir lo que todos piensan).
- Servime otro. En las películas policiales los whiskies siempre se toman de a pares.
- ¿Y vos cómo podés saber eso?
- ¿Qué cómo lo sé?... Lo vi en una película.
Al otro día sigo buscando su rastro, el de ella. La casa es austera pero me gusta. Ventanas grandes y solo los muebles necesarios. Una escalera lleva a la única habitación. En el piso apiladas, varias cajas llenas de papeles. Papeles de cien colores y cien formas y cien tamaños (ella es mujer al fin y al cabo). Notas sueltas. Una me gustó en particular: “Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente es el Golden Gate”. Al final las iniciales J.C., la marca del amor no correspondido. Pero nada más que eso. Ningún indicio de Eva salvo el fantasma de su perfume en la almohada.
Pasan los días y después semanas y una llamada de Félix me saca por fin del paso. Solamente dice Arkham Asylum y el peor de los presentimientos se hace carne.
Me detengo en la entrada de ese lugar maldito y me permito el primer cigarrillo del día. Lo fumo con absoluta y ausente calma. Entonces entro y pregunto. Una enfermera con desgano y sin dejar de mirar sus zapatos me indica donde encontrarla: en el patio, debajo de su olmo favorito.
No se parece en nada a la de las fotos, salvo en su largo, rizado pelo y en su silueta, perfecta aún en esa infame bata descolorida. Miro esos ojos que tanto busqué durante tantos días y solo distingo en ellos el reflejo de la locura.
Quise preguntarle si para ella brillaba alguna vez el sol. Quise llevarla de la mano lejos de toda esta miseria…
En mi vaso dos hielos se empeñan en no pasar a mejor vida en el último trago. Me hace falta otro, o quince más. Busco al Perro con la mirada. Desde el otro lado de la barra él escupe, gruñe y pregunta, todo en ese orden.
- ¿Qué-pa-sa?
Las películas nunca se equivocan. Los whiskies se toman de a pares.
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