(Julio Cortázar)
Las calles no respiran, es la hora de los seres de la noche. No tengo, eso es lo extraño, más palabras para gastar, tengo la lengua seca y a veces olvido esa cosa llamada sentimientos. Hoy todos los caminos de la luna iluminan mi soledad.
Ella escapa de las raíces del sol. Trae consigo el olor de la nieve, huele como el aire de la mañana nevada. Por fin habla y habla de la sangre y del amor (siempre dice que la muerte y el amor llegan solos). Abre de par en par sus puertas. Al fin y al cabo las puertas se han hecho para ser abiertas. Ella es una tierra olvidada, un mundo incomprensible, de distancias colosales, de cielos infinitamente grises. Es el abismo donde me pierdo, el bolsillo donde guardo sus canciones, el fantasma viviendo de prestado en su almohada. Así deben ser todos los fantasmas, recuerdos que las cosas tienen de las personas.
Yo soy muchos, soy el recuerdo que queda de todo lo demás y ese recuerdo tiene mi nombre.
Supongo que eso es lo que se llama vivir. No hay forma de volver hacia atrás, por la simple razón de que duele volver atrás. Volver al tiempo del amor.
Un secreto. Hay un secreto en todas las cosas, en el sol perdido en su propia soledad de estrella, en el pájaro amo del aire y esclavo del viento, en el agua prisionera del río, en el hombre torturado día tras día por sus propias obsesiones, condenado a vivir con los perros de su alma.
A esta altura vos habías cambiado. Lo habías hecho de la misma forma en que cambia la poesía o la nostalgia. Cargabas con una sonrisa más antigua que el cuerpo que la encerraba
Desde mi rincón - siempre mi rincón - trato de descubrir en tu piel de luna de qué color es la soledad.
Vení conmigo, el mundo todo nos espera. Esta noche quiero que me des olvido.
Pequeñas victorias. Ojalá tuviéramos más de ellas.
Río Gallegos - Junio de 2012.
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