En realidad no podía hacer nada. Los fantasmas estaban siempre presentes, aferrándome con fuerza. Cuando llovía, todo era aún peor. Con la lluvia, me asaltaba la ilusión de que, de un momento a otro, iba a aparecer Shimamoto. Ella abría la puerta en silencio y traía consigo el olor a lluvia. Podía imaginar la sonrisa que flotaba en sus labios. Yo decía algo equivocado y ella negaba con la cabeza, en silencio, sin dejar de sonreír. Todas mis palabras perdían fuerza y se iban derramando poco a poco fuera del mundo real como las gotas de la lluvia que se deslizaban por los cristales de la ventana. Esas noches sentía que me ahogaba. Las noches de lluvia deformaban la realidad, distorsionaban el tiempo...
Haruki Murakami
Nunca dejó de llover.
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