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domingo, 14 de agosto de 2011
Lugar común la muerte - Prólogo
Hace ya tiempo descubrí, no sin sorpresa, que los azares del periodismo me acercaban con persistencia al tema de la muerte. Hacia 1965 advertí, en Hiroshima y Nagasaki, que un hombre puede morir indefinidamente, y que la muerte es una sucesión, no un fin.
No son esos conocimientos, sin embargo, los que suscitaron este libro, sino el sospechoso abuso con que la muerte me aturdía. Desde 1975, todo mi
país se transfiguró en una sola muerte numerosa que al principio pareció intolerable y que luego fue aceptada con indiferencia y hasta olvido. Así lo perdimos. Siempre creí que, entre las vanas distracciones del individuo, ninguna es tan torpe como el afán de propiedad. Somos de las pasiones, no ellas de nosotros. ¿En nombre de qué fatuidad, entonces, pretendemos ser los dueños de una cosa? Concedí que la muerte era, como la salvación o la tortura, un privilegio individual. Ahora sé que ni siquiera ese lugar común nos pertenece.
Tomás Eloy Martínez
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