El hombre
es un engendro deplorable
pues teniendo alma, tiene, no obstante
un horario de ocho horas
cosa que no tiene
el discriminado animal.
es realmente un amasijo espantoso
pues viviendo sólo para ser libre
no puede siquiera dejar el sitio
que más aborrece, cosa que bien
puede hacer la bestia más torpe.
El hombre
es indiscutiblemente una calamidad diabólica
pues sabiéndose mortal, que ha de envejecer
que será pasto de gusanos y luego polvo
cosa que, dicen, ignoran todas las bestias,
tiene sin embargo que buscarse (y con
cuánto afán) día a día el sustento
como los demás animales
aunque con más dificultad.
El hombre
es realmente un producto del maquiavelismo
mayor, pues sabiendo que existe el infinito
es el único ser que se sabe finito.
El hombre
es de todas las alimañas la más aborrecible,
pues convencido de que para todo
existe la irrevocable muerte, mata.
El hombre
es de todas las calamidades la más lamentable,
pues habiendo inventado el amor s
e desenvuelve en el plano de la
hipocresía.
El hombre,
es de todos los bichos el más asqueroso,
pues produciendo las mismas escorias que
el resto de las demás bestias, aunque más
hediondas, construye bóvedas y tapiados
recintos para guardarlas.
El hombre
es realmente algo que merece nuestro
más profundo estupor, pues sabiendo
que más allá de la muerte está
la muerte no cesa de promulgar resoluciones
que restringen su efímera vida.
El hombre
es de todos los monstruos el que hay que tratar
con más recelo, pues aunque su inteligencia
no le sirve para superar su condición
monstruosa sí le ayuda a perfeccionarla.
El hombre
es sin duda la más alarmante de todas las invenciones:
hecho para la meditación, no llega jamás a una
conclusión definitiva que lo salve. Hecho
para el placer, persigue y condena
todo aquello que pudiera proporcionárselo.
El hombre
es realmente algo que merece
nuestro repudio más minucioso:
habiendo padecido todas
las calamidades no hace sino
repetirse.
Pero el hombre contemporáneo,
el más viejo hasta ahora conocido,
es un engendro más abominable y lastimoso,
pues percibiendo los mismos deseos
y las mismas sensaciones que el pagano
carga con los inhumanos andariveles
del cristianismo y del marxismo
aún cuando le pese, es decir, aún cuando
no crea en Dios ni haya
leído a Carlos Marx.
Ah, el hombre,
algo dudoso y ridículo que merece
nuestra más desconfiada observación:
habiendo inventado a Dios, la filosofía,
y otros crímenes citables
se ve obligado a entrar en su cabaña
pues un mosquito ronronea ante su
nariz.
Reinaldo Arenas