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domingo, 14 de octubre de 2012

Muertos de amor


Abajo aquí sus huesos sus fusiles
ese atadito de hombre
no sé la tierra cómo hace que se aguanta
los que avanzan sobre ella son las mejores noticias
que nos llegan de ustedes
delen, muertos de amor
sostengan que nacemos.


Alberto Szpunberg, EGP

¿Realmente quieren saber lo que pasó? ¿A quién podría importarle lo que pasó? Hay algo dandy en las historias de perdedores; en estos tiempos en los que el éxito es una obligación moral, las historias de perdedores guardan la nobleza de las cosas usadas. Cuarenta años alcanzan para que hasta nosotros lo hayamos olvidado: las fechas se humedecen, y los detalles adquieren una importancia inusitada. Recuerdo que había ruido. Ruido todo el tiempo. Había tanto ruido… Cualquiera diría que la selva es un sitio silencioso: nada más equivocado, hay miles de pájaros, y grillos, y hojas, y bandadas que se levantan de pronto, como si salieran de una pesadilla, y oscurecen el cielo. Hasta las gotas de agua hacen ruido. El otro ruido insoportable es el de la respiración: a veces parecía poder escucharse a varios metros, la respiración, la saliva y los engranajes del cuello agarrotados. La Naturaleza no fue hecha para los hombres: lo único que se puede hacer en la selva es caminar. Caminar. Y esperar.


Por qué mierda me cuesta tanto ahora decir la palabra: Revolución. Si era eso lo que íbamos a hacer, una Revolución, la Revolución, revolucionar, revolucionarios, eso éramos, hombres de la Revolución. Tal vez sea eso lo que quieran: que les hable de la Revolución que no pudimos hacer.

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