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domingo, 26 de agosto de 2012

Mi corazón te mató mil veces pero siempre por amor

La sonrisa le duele en la cara y contra toda esperanza como en un ritual exacto simplemente espera. Tiende desesperados puentes hacia esa mujer felina y a veces cruel, en esa hora triste del amanecer en que todas las canciones conspiran contra nosotros. Su corazón, puñado de hojas secas, navega con el viento. Como quien desprende una flor, una mano danza en el aire. Todo es blanco sobre gris. Huele a noche olvidada, a calles sembradas de silencios. A esta luna ahogada que cuelga del cielo. Un olor a sol amargo, un ayer repetido, una sospecha de invierno, un error de los sentidos.

El reloj anunció una hora que no le interesaba a nadie.
Otra vez vuelve a su castillo sin salidas, a esa puerta que a veces tanto lleva al infierno como conduce al paraíso, a papeles febriles y gastados por el roce, a tintero muerto, a cementerio de cigarrillos. Otra vez a encerrarse en su pequeño mundo para huir de esos ojos, soñados ojos grises en la penumbra y adivinar esa risa como si hubiera de pronto cruzado el arco iris y este cuarto que no es más que una caja de soledad. El silencio y la lluvia son partes de un rompecabezas que se ajustan sin piedad, la sangre y el agua corren por las calles de la misma forma con que se levanta sin ganas, de la misma forma con que la mira sin deseo, de la misma forma con que ella vive sin alegría.
Quisiera de pronto estar en otra ciudad, en otro planeta, en otra piel y no soñando los sueños de una muchacha de Vicente López, con esa mirada sonriente y hermosa de mujer hermosa. Y papel y tintero y cigarrillos, y esos ojos y esa risa, y papel y tintero y…
¿Por qué hay tantas cosas que podrían haber sido hechas? Y sin embargo, no.

Hay un cuarto blanco en algún lugar del mundo donde ella me espera.

Río Gallegos - Agosto de 2012.

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