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jueves, 21 de julio de 2011

De los papeles que he quemado (junto con algunos de tus recuerdos)

Y yo, que tantas veces he sido tantas cosas, no he podido ser nunca ese que atraviese a ciegas y sin mapa el centro de tu alma.

Y compartimos un café apurado y otro no tanto. Y en esa mesa de un lugar cualquiera llenamos ceniceros y vaciamos el alma. La vaciamos de miedos y dudas. Las cambiamos por certezas y deseos. Y luego la calle y llegar a casa y aquel pasillo que lleva a una puerta. Y nosotros y a media luz, y la ropa durmiendo en el suelo y Nina Simone y el sudor.

¿A qué compás movedizo va y viene la soledad?


Subirme a todos (to-dos) los techos y ladrar tu nombre. Y en tu nombre guardar el viento debajo de la piedra más grande, y el frío también. Y en tu nombre afilar la noche como si fuera el mejor de los cuchillos.


Hoy solamente habito la fiebre de tu memoria.


Entre las sombras de esta ciudad rota y salpicada de lejanas lágrimas, se esconde mi amante, la noche. La noche oscura, sin testigos y en silencio.


Y durante el día? Durante el día qué importa. Me dolés de noche, cuando este infame reloj lanza al aire sus doce puñaladas.


Me he inventado nueve nuevos vicios y todos tienen tu nombre.


Ciego de risas, miope de sueños, tuerto de amores, mudo de orgasmos.
(Gracias al aporte de mi chamacona Ariadna Fletes)


¿Por qué no revisás en tu mente? He estado allí toda tu vida.


Y algunas veces en el día, pero casi siempre de noche, soy tu Luna. Trazando a tu alrededor órbitas aleatorias, perfectamente elípticas.


Río Gallegos - Julio de 2011.

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