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viernes, 21 de enero de 2011

De los peces de la noche.

                                                                                                                      
“Solo hay una salvación para los vencidos: no esperar ninguna salvación” (Virgilio)
                          


Siempre tuve el corazón y los ojos llenos de luna. Hoy, como un regalo inesperado, los pies de la luna siguen mi sombra. De cerca la siguen. La luna creciente y el hombre menguante.
Y no hay nada más. Nada más que el aullido del tren a lo lejos, la luna mirando un par de cosas, dos focos espantados en el parque, el rumor de un gato caminando lento y en voz baja, un latido de pies recorriendo las calles, el perfume de una voz cuyas raíces creía muertas. Y nada más. Nada más que la puerta y una corta escalera y una esquina infame donde duerme mi cama y la letra de una canción  que nunca te escribí.
En esta noche de sueños mutilados, la brisa en la ventana invita un último cigarrillo más, como aquella última vez cuando entre dormida y sonriente el humo dibujaba peces en tu espalda. Como tantas otras noches en que un gesto o una fugaz mirada detenía el tiempo dejando siempre flores en tu boca.
A veces pienso que transito el mundo del tiempo pasado. Un mundo de espejos y de luna. A veces prefiero soñar que te soñé, que no vivimos llenos de las imágenes que nos habitan y nos asaltan. De esas que están acá nomás, a la vuelta de la esquina de un recuerdo cualquiera.
Ya se acerca la mañana otra vez a robarnos la noche y a pensar que  no ha dejado huellas. Hay heridas sabés, que realmente no lo son,. Que no duelen, que son garantía de que algún día por fin seremos libres.                                                                          


Quizá porque mis pies y mi cabeza caminaron siempre en direcciones  opuestas. Quizá por eso hoy tengo tanta, tanta soledad de vos.
Hoy todavía llevo los colores que te robé.                                 

Río Gallegos - Enero de 2011.

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