Hay gentes tan desgraciadas que ni siquiera
tienen cuerpo, cuantitativo el pelo,
baja en pulgadas la genial pesadumbre
el modo, arriba;
no me busques la muela del olvido,
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente
oír claros azotes en sus paladares!
Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.
¡Ay de tanto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!
...
¡Amadas sean las orejas Sánchez,
amadas las personas que se sientan
amado el desconocido y su señora
el prójimo con mangas y cuellos y ojos!
¡Amado sea aquel que tiene chinches
el que lleva zapato roto bajo la lluvia
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas
el que se coge un dedo en una puerta
el que no tiene cumpleaños
el que perdió su sombra en un incendio
el animal, el que parece un loro
el que parece un hombre, el pobre rico
el puro miserable, el pobre pobre!
¡Amado sea el que tiene hambre o sed
pero no tiene hambre con qué saciar toda su sed
ni sed con qué saciar todas sus hambres!
¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora
el que suda de pena o de vergüenza
aquel que va, por orden de sus manos al cinema
el que paga con lo que le falta
el que duerme de espaldas
el que ya no recuerda su niñez.
Amado sea el calvo sin sombrero
el justo sin espinas
el ladrón sin rosas rosas
el que lleva reloj y ha visto a Dios
el que tiene un honor y no fallece!
¡Amado sea el niño, que cae y aún llora
y el hombre que ha caído y ya no llora!
¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!
César Vallejo.
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