Soledad tiene nombre de mujer.
Soledad. Con ese nombre trato de llenar el hueco de los días.
Soledad. Cuando no hallamos el agua fresca del hogar y cuando todas las puertas se cierran ante el desconocido que golpea contra ellas.
Y fue en esos tiempos en que mi nombre no era bandera de paz. Y fue en esos días sin importancia y a la vez tan importantes que la conocí. Era una noche en que vi la luna dormir sobre el hombro del río, su luz como un puñado de polvo de plata. Su largo cabello, el de ella, volando en el viento como una bandera de oro.
Vi sus ojos inundándose de luna. Ella reía, mi amigo. Ella reía como un río.
Y yo que vengo de muchas partes donde he dejado trozos de mi vida, y de muchas penas donde he dejado el alma entera. Alguna vez fui joven y alguna vez me detuve a contemplar mis propias huellas, a pensar en ellas. De pronto dejo de ser este hombre calcinado y envejecido de sueños. Han pasado tantos años y he perdido tanto... La nostalgia, mi viejo, es como una flecha loca.
Sentado al calor de su hoguera comencé a soñar. Con el corazón puesto en un pañuelo comencé a soñar. Con una mujer que entristecía la memoria comencé a soñar.
Todo se borra delante y vuelve el recuerdo. Y con el recuerdo vuelve su voz: Tendré tu rostro en mis ojos y el río y el viento me traerán tu aroma. Vuela lejos el pensamiento. Directo a los largos cabellos de una mujer, como un desfile de penas y tristezas. Como un vagabundo que nada espera y nada añora porque ya nada posee.
Hay preguntas que parecen no tener respuestas.
No me preguntés lo que ni yo mismo sé...
Y fue en esos días sin importancia y a la vez tan importantes que la conocí.
Y creo que en esos días fui feliz, sobre ese río que tal vez se llame soledad.
Río Gallegos - Noviembre de 2010.
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