La guerra pasa como la lluvia. Al deslizarse quedan el aire mojado, ramas en el piso, rastros, la sensación de que el mundo estuvo por caerse, hace un rato nomas. La vida se dobló hasta casi romperse, pero volvió la calma. Aunque la tormenta nunca se va del todo: vuelve entre las sábanas, a la noche, en las pesadillas, o en los recuerdos casuales en el día. La muerte nunca es gratis. Cuando salen a pelear los que salen ya están muertos. No hay otro modo de hacerlo. Si salieran vivos tendrían miedo. Salen condenados y sobreviven por azar. Los que salen en esta historia son niños para el criterio del almanaque. Aunque quizás nunca lo hayan sido. Disparan un arma cuando pueden cargarla: tienen cuatro o seis años cuando sienten en el hombro la fuerza brutal del disparo por primera vez. Emmanuel Jal esta vivo, aunque debería estar muerto. Está en Londres aunque sus sueños siguen en Sudán.
Jorge Lanata
(Le debo este post y la imagen que la acompaña a Estela, mi mengana dulce y austral)
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