En una mañana calurosa de marzo, Gonzalo Izquierdo, nieto e hijo de
pescadores, creyente a su corta edad de antiguas historias y fabulas de mar,
escribió un mensaje dentro de una botella: “La vida del hombre es eterna a
pesar de los dioses” y ferviente la arrojó al mar.
Muchos años después cuando sus canosos cabellos caían sobre su cansado
mirar, caminando al atardecer por aquella blanca arena, halló intacta aquella
vieja botella de su niñez, devuelta ante sus ojos por las tranquilas olas del
mar. Ceremonioso se acercó a ella y con cuidado la tomó como si se tratara de
un objeto precioso, y sonriente la abrió. Más su alegría cambió al leer el
mensaje: “Hoy sobre esta suave arena tu vida llega a su fin como prueba eterna
de tu pequeñez". Álvaro Sánchez
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