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martes, 19 de octubre de 2010

De la libertad.

¿Qué hago en esta vida, amigo que me escuchas? Simplemente hago lo que una piedra en una pendiente. Ruedo por la vida. La gente dice que hay caballos que vuelan y hombres del tamaño de mis dedos. La gente dice...
Sin embargo conozco el latir de tu sangre de una manera en que ni vos mismo lo conocés y casi sin darnos cuenta nos encontramos haciéndonos preguntas sobre sombras del pasado, sobre rostros y nombres de hombres y mujeres que ya no eran más que niebla en el recuerdo, en un cementerio donde se ha muerto el tiempo. Ya simples imágenes borrosas en un mar de cristal, en el océano de nuestros veinte años de ausencias y casi sin darnos cuenta, también en largos silencios, con la sabiduría del que sabe apreciar la amistad sin palabras.
Y al final, como un mar de nubes negras que cubre el cielo, como remolinos de polvo que arrancan de un soplo el velo de nuestros ojos, al final, siempre ella ya convertida en sal en mi memoria, pálida bajo la luz de la luna.

Y yo… Yo seguiré siendo el fulano ese, rico en alegrías e inconstancias, indiferente a la brasa del sol y al viento ardiente del arenal.
Seguiré siendo soberano de mis pies, rey de mis caminos, enemigo de mis nostalgias, verdugo de mis sueños, esclavo de un viento sin barreras, monarca de una ciudad sin corona ni murallas que llamamos libertad.
Ten cuidado, amigo que me escuchas, el hombre es buen carcelero de sí mismo.

Río Gallegos - Octubre 2010.

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