Y podré entrar al fin, furtivo, en tu ventana. Porque esta noche (más que nunca esta noche) llevo piel de luna como único abrigo.
Ayer pude al fin herir la noche con mis pasos, con los ojos de la luna guiñándome en los charcos sucios del corazón de mi cuidad.
Y entre tus recuerdos (que uno sigue guardando andá a saber por qué) y arrastrando una bolsa de estrellas y de luna, hoy el frío es de rostros y silencios. Cruel frío de ciudad.
He venido desde una hora más antigua siguiendo los hilos que el tiempo va tejiendo, cuando la sangre se hace tinta bailando vértigos color azul junto al olor de tu piel.
Tengo claroscuros de lo oculto y lo vedado. Nos volvemos vino en la noche y todo huele a pesadillas y tiene el color del trueno. Sigo siendo el guardián de un bosque muerto de concreto y de neón.
Ella siempre llega siguiendo la huella de su pensamiento último, besando el manto de la noche. Yo la recorro más allá de los párpados de la memoria de una forma entre casual e insensata.
Te llamo, te busco. No desde el verbo sino desde los límites de mi pluma, cruzando las tintas de la noche. Soy producto del olvido como los granos de arena de un reloj de arena.
La imaginación y la fantasía, embellecen la vida. Es como cruzar horizontes lunares. Como tocar el borde mismo del Universo.
Seamos esta noche dos desconocidos. Al fin y al cabo los cuerpos tienen su propia memoria.
No sé nada del mar, pero si sé de naufragios.
Río Gallegos - Octubre de 2011.
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